Nunca imaginé que el inicio de mi primera gran meta, en mi proyecto de vida, vendría con tantas experiencias furtivas, efímeras, extremadas, provocadoras y muy sugestivas. Como el texto, algo confusa.
Era un 6 de agosto del 2001. Fecha que no figura en el calendario como rojo, pero marcó mi génesis universitaria. No buscaba mujeres, sino aprender. Sin embargo observé a una por una cuando se presentaban en el primer día de clases con la profesora ‘Doña Tremebunda’, haciendo honor de su físico en Condorito.
Pero mi atención se posó en una sacalagua interesante. Espigada de piernas largas. Cabello rizado color dorado, piel blanca con pizcas rosadas, cuello largo de inspiración y dos grandes motivos que enaltecían su personalidad. Mi debilidad. Pero no le encontré otro atributo personal, salvo que intervenía bastante en clase. Ah! también mencionó que tenía enamorado.
Yo era un niño de 18 años, respetaba esos compromisos entonces y viré hacía unos ojos color caramelo que brillaban tanto como el sol de enero, cuando el reloj marca las doce. Jamás olvidaré sus pestañas largas y rizadas. Cabello lacio, reluciente. Era ‘llenita’ pero tenía todo de todo. Su color de piel dorada te invitaba a acariciarla y otras ‘cositas’ a apretarla.
Sin embargo, busqué otra opción. En un rincón, solitaria, callada, tímida y con cara de ‘yo no fui’. ¡Cómo para sospechar! Era tan blanca que no puedo definirla, cabello color borgoña, mirada rara, delgada, un poco de aquí y otro de allá, sin definirse. Si la miras por partes puede que las demás ganen, si competimos en belleza, pero en su conjunto era la más bella. Según todo el salón. A mi no me parecía.
Llegó el primer viernes de clases y alguien decidió ir por unas cervezas a una chingana de la cuadra 9 de la Av. Brasil. Fue la tímida. Yo iba conversando atrás con otro grupo. Llegamos, éramos once personas en una mesa. Las miradas se fijaban en la chica de piel blanquísima. Entre las bromas le dije algo serio. Ella se sorprendió y todos aquellos que la coqueteaban también. Pensó que era un imbécil. Todos lo pensaron, yo también. Cómo se me ocurrió decirle que se parecía a mi abuela. Hasta ahora me lo pregunto pero capté su atención, sin quererlo, ya era su amigo.
Nunca salimos, pero hablábamos en clase. Era rara, coqueta, tímida, callada, bella. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente” le dije un día creyéndome Neruda, pero sin querer algo más. No quería nada con ella, solo la fastidiaba. Todo el salón la pretendía. Yo no. Un 20 de septiembre se sentó conmigo, conversábamos mucho. Entró ‘Doña Tremebunda’, se acabó la conversación. Empezaron los papelitos. ¿Quién te gusta? Me dijo. Sonrojado le dije: la chica que se sienta conmigo. Ella sonrió. Hablamos al final de clases, le dije. Ella me esperó.
Pensábamos que solo sería un beso. Pero no sabía como empezar. ¿Quieres estar conmigo?, sí me dijo. La besé, me besó. Otra vez. No me quería ver a los ojos, no creía lo que estaba pasando. Se tenía que ir. Yo quería que sea mañana para verla. Ahí empezó toda la historia. Perdí muchas cosas, gané otras. Desarrollo en mí actitudes que hoy son mi blasón y la desventura de algunas “amigas”. Empezó el mounstro, murió el niño sin experiencia. Nació el sediento de experiencias, de aventuras, de vida.
Hasta ahora, en la historia, han pasado 46 días de los 1 125. Falta mucho por contar. Quizás me comprendas. Tal vez me odies más. Tal vez comentes. Necesito consejos para saber qué pasó. Qué fue pasando.Qué sucede ahora.
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